Joan Fontrodona, Profesor de Ética Empresarial, IESE Business School
Cada año el diccionario de Oxford elige un término como “la palabra del año”. Este año el término elegido ha sido “post-truth”, que puede traducirse al español como “posverdad”. Se define como lo relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal.
En la época de la Filosofía Clásica, se aceptaba –de forma generalizada- que las cosas eran lo que eran y que el ser humano podía llegar a conocer la verdad de esas cosas; quizás no conocía toda la verdad, pero, esa parte de verdad que conocía, la conocía de verdad. Además, de ese conocimiento se podía deducir cómo las cosas debían ser tratadas. Sin embargo, esa armonía entre lo que las cosas son, cómo son conocidas y cómo deben ser tratadas se problematizó con la llegada de la modernidad y los reconocidos filósofos como Descartes, y Kant. Sin embargo, problematizar la verdad hace difícil conciliar tantas opiniones dispares sobre una misma realidad.
Si todas las opiniones son igualmente aceptables, ¿cuál de ellas debe prevalecer? Cuando, al final, las opiniones deben guiar decisiones y acciones sociales, no todas pueden llevarse a la práctica al mismo tiempo: hay que elegir. ¿Con cuál nos quedamos? En sociedades de corte más autocrático, acaba por prevalecer la opinión del que tiene el poder. En sociedades democráticas se resuelve -en teoría- por el proceso mayoritario.
Últimamente ha habido algunas decisiones que han sido sometidas a votación para dilucidar cuál era la opinión mayoritaria, y curiosamente el resultado no ha sido fácilmente aceptado por todos. Pensemos en el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea en el Reino Unido, o la victoria de Trump y las protestas en los días siguientes al grito de “no es mi Presidente”.
En el mundo de lo opinable, negar la validez de una decisión mayoritaria es la herejía más grande que se puede cometer. Si la única referencia es la opinión, ¿quién puede atreverse a negar la validez de una opinión mayoritaria simplemente porque esa opinión no es la suya? ¿Por qué protestan, si se ha llevado a cabo la ceremonia más sagrada del relativismo, que es determinar la verdad a través de la opinión mayoritaria?
Esta es la paradoja de los partidarios del relativismo: son muy partidarios de negar la verdad de las cosas, mientras eso les sirve de justificación para hacer lo que les da la gana; pero, de pronto, cuando la que triunfa es una opinión que no es la suya, se rebelan y exigen otro baremo que dé legitimidad a esa decisión. De pronto, echan de menos la verdad (aunque para ellos la verdad sea lo que concuerda con su opinión).
La posverdad, en el fondo, es reconocer que, aunque queramos expulsar la verdad de nuestras vidas -porque reconocer que las cosas son como son y no sólo como nos parece que son nos limita-, es algo tan natural que estamos abocados a referirnos a ella, especialmente cuando no tenemos nada más en lo que apoyarnos. No es fácil prescindir de la verdad: la echamos por la puerta y vuelve a colarse por la ventana.
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