Antonio Argandoña, Profesor de Economía y Ética Empresarial en IESE Business School.

Cuenta una antigua historia que preguntaron a tres picapedreros qué estaban haciendo. El primero contestó que estaba picando piedra; el segundo, que estaba ganándose el sustento para su familia; y el tercero, que estaba construyendo una catedral. Su trabajo era el mismo, pero el sentido que encontraban en él era muy diferente.

Creo que la crisis económica nos brinda una oportunidad para plantearnos el sentido del trabajo, que, como vemos en la historia con la que empieza este post, puede ser muy distinto.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Desafortunadamente, el desarrollo económico ha llevado consigo a un concepto del trabajo meramente instrumental, que deshumaniza y degrada a las personas. Las causas son:

  1. El desempleo: que provoca a las personas una sensación de pérdida de identidad porque ésta está vinculada al trabajo, interrumpe la adquisición de nuevos conocimientos y capacidades, y origina conflictos personales, familiares y sociales.
  2. La precariedad del empleo: por lo que supone de incertidumbre y de pérdida de control de la propia vida. 
  3. Los trabajos degradantes: en los que el trabajador se ve como pura mercancía.
  4. El uso instrumental del trabajo: que convierte a la persona en un instrumento en manos de otros, no en fin.

La degradación del trabajador hoy día consiste en que la forma de producir los bienes materiales es inhumana: el trabajo no le permite desarrollar otras actividades necesarias y probablemente más importantes en términos absolutos (familiares, sociales, espirituales, culturales, etc.).

¿El trabajo define la identidad de la persona?

Las personas nos encontramos a menudo con un trabajo «instrumental», quizá porque hemos convertido el trabajo en definidor de la identidad de la persona, a la que valoramos no por lo que es o por quién es, sino por lo que hace: sus resultados personales a nivel económico (cuánto gana) y social (cuál es su posición en la escala social), y por lo que aporta a los demás (cuánto contribuye al producto interior bruto o a la economía familiar).

Nuestra sociedad hace depender del trabajo y de su rendimiento económico nuestro nivel de vida actual y futuro, en la medida en que el sistema de pensiones y la atención sanitaria y de la dependencia están ligadas a las rentas generadas con el trabajo, encareciendo así su «coste económico».

Un reflejo de cómo entendemos socialmente el trabajo es la pérdida de sentido humanizador de la educación, instrumentalizándola como mera creación de capital productivo.

 ¿Repensamos el concepto de trabajo?

Existen tres razones principales que resumen las motivaciones e intenciones que empujan a las personas a trabajar: un medio para ganarse la vida, una ocasión para el desarrollo personal y un medio para contribuir a la edificación de una sociedad.

Pero existe también una cuarta razón: el trabajo es expresión de la mejora personal. Aunque el trabajo es el mismo para todos, hay que tratar de hacerlo bien, con calidad humana, preparación y dedicación. Hay que hacerlo como servicio a los demás, empezando por la familia, los colegas, los clientes y los vecinos, y acabando con la humanidad entera. Sólo así encontraremos el verdadero sentido del trabajo.

Más información: IESE Insight

 

 

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Este blog es una ventana donde asomarse al futuro del mundo de los negocios globales. Un espacio donde expertos del IESE comparten sus últimas e innovadoras investigaciones y opiniones entorno a la dirección de empresas. Ideas con un impacto real y transformador, no solamente en los negocios, sino también en las personas. Porque en management las personas deben ser el núcleo de las empresas, dando a los directivos la responsabilidad de influir positivamente en la sociedad.

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