Joan Fontrodona, Profesor de Ética Empresarial, IESE Business School
Por negocios inclusivos se entiende aquellas actividades económicas que incorporan en su cadena de valor a las personas más pobres –englobadas en el término “base de la pirámide”.
La cuestión respecto a la ética de ganar dinero con estos negocios es una pregunta complicada y pertinente, porque hay que tener en cuenta que estamos hablando precisamente de negocios, esto es, de actividades con afán de conseguir una rentabilidad económica. No estamos hablando de acciones filantrópicas, que donan dinero sin esperar ningún retorno económico. Habrá quien, ante este planteamiento, cuestione la aceptación moral de hacer dinero con gente que vive con un euro al día.
Dar una respuesta directa de “sí” o “no” a una cuestión así es difícil. Lo que sí me atrevo a hacer es proponer una lista de principios que deben tenerse en cuenta a la hora de responder a esta pregunta. Habría que considerar al menos estas tres cosas:
1. Hay una tendencia humana a la solidaridad. Los seres humanos estamos hechos para vivir en sociedad, y eso nos lleva a sentirnos solidarios con las cosas que les pasan a nuestros prójimos. La solidaridad nos lleva a compartir las penas y las alegrías de los demás. En un mundo globalizado como el nuestro, el prójimo puede estar muy lejos.
La solidaridad se ha expresado muchas veces a través de acciones de caridad o de filantropía hacia los demás. Pero la caridad no es la única forma de expresar la solidaridad. Los negocios inclusivos pueden ser vistos como una alternativa a la filantropía. Según se mire es, incluso, una alternativa mucho más respetuosa con esas personas, porque no solamente les damos un dinero, sino que, en el proceso, les damos unos conocimientos y unas habilidades que les mejoran. Como suele decirse, “no sólo les damos pescado, sino que les enseñamos a pescar”.
2. Las cosas más importantes en la vida no son susceptibles de un precio de compra y venta. Cuando les ponemos un precio, las mercantilizamos, las instrumentalizamos, dejan de ser valiosas por sí mismas. Sin embargo, es cierto que a veces tenemos que valorar las cosas, aun las más valiosas. La vida no se puede valorar, pero suscribimos un seguro de vida y nos ponen un precio a nuestra vida; tenemos un accidente y cada uno de nuestros miembros tiene un valor distinto.
Hacer negocios con la base de la pirámide no significa instrumentalizar a esas personas. Los incorporamos a nuestra cadena de valor, pero eso no significa que los veamos como “medios para”, sino que hay que verlos con la dignidad que se merecen.
3. Es también una tendencia natural del ser humano la de pensar mal. Basta con que alguien haga algo bueno para que inmediatamente pensemos que debe haber alguna “intención oculta” que le lleva a portarse así. Lo cierto es que en la vida se da un mix de intenciones por las que hacemos las cosas, y esto no está mal.
Las empresas deben intentar siempre en sus acciones combinar dos objetivos: ser económicamente eficientes y ser socialmente responsables. No se trata de plantear estos temas en términos de disyuntivas -o hago las cosas bien o gano dinero- sino en términos de sinergias: doing good and doing well. Ahora bien, a veces no se puede combinar los dos aspectos, sino que hay que optar por uno o por otro, y es entonces cuando se prueba la convicción de las personas y de las empresas por la ética. Hacer las cosas bien –ser socialmente responsable- y conseguir ganar dinero con ello, no hay nadie en su sano juicio que lo rechace. Este no es el problema. El problema -la prueba del algodón de la ética- es justamente el caso opuesto: cuánto estoy dispuesto de dejar de ganar por hacer las cosas bien. Llegará un día en que la pregunta será “cuánto estoy dispuesto a perder por no hacer las cosas bien”, pero, mientras llega ese día, me conformo con esta otra formulación más realista.
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