Miguel Ángel Ariño, Profesor de Análisis de Decisiones y Pablo Maella, Senior Lecturer de Dirección de Personas, IESE Business School
6. Confiar demasiado en la intuición
La intuición puede ser un elemento positivo, pero acostumbra a ser fuente de errores cuando le damos excesivo peso en detrimento del análisis.
En la década de los noventa Lee Kun Hee, presidente de Samsung, decidió entrar en el sector de la fabricación de automóviles porque «intuía» que el mercado despegaría en Asia. El proyecto se saldó con unas pérdidas de 2.000 millones de dólares y 50.000 empleados despedidos.
7. Ser prisionero de las propias ideas
Nos cuesta modificar una decisión una vez tomada aunque mantenerla se manifieste claramente ineficiente o perjudicial.
En 2003 se puso fin a los vuelos del Concorde, un avión comercial supersónico que nunca fue rentable. Pero tuvo que ser un fatal accidente, en el que murieron más de cien personas, lo que provocó su posterior retirada. Desde el punto de vista económico, la decisión debería haberse tomado mucho tiempo antes, pero hacerlo suponía reconocer un fracaso. Y eso gusta muy poco.
8. No considerar las consecuencias
A veces prestamos poca atención a las consecuencias de nuestras decisiones. O solo consideramos las más directas e inmediatas, sin tener en cuenta los efectos colaterales. Y eso puede generar problemas incluso mayores que los que pretendíamos solucionar.
Es lo que hicieron los máximos responsables del Titanic, que se empeñaron en llegar 24 horas antes de lo previsto a su destino para acallar a quienes afirmaban que un barco tan grande tenía que ser lento. Ese empeño les llevó a desoír las advertencias sobre la presencia de icebergs, que recomendaban aminorar la marcha. Querían llegar antes, pero no llegaron nunca.
9. Sobrevalorar el consenso
Tendemos a pensar que las decisiones tomadas en grupo suelen ser más efectivas, pero no siempre es así. Las decisiones grupales también tienen inconvenientes: se tarda más tiempo en decidir, la responsabilidad tiende a quedar diluida y las personas acaban no diciendo lo que piensan por la presión del grupo y su deseo de ser aceptados.
Es importante rodearse de personas con puntos de vista distintos y que se atrevan a cuestionar nuestros argumentos.
10. No llevar a la práctica lo que hemos decidido
El proceso de toma de decisiones no acaba con la decisión, sino con la aplicación y el seguimiento de la misma. Sin embargo, a veces tomamos una resolución que nunca llega a aplicarse, ya sea por nuestras propias limitaciones (falta de voluntad, compromiso o tiempo) o por las que nos impone el entorno (falta de autoridad o de apoyo).
Es básico considerar la aplicabilidad de una decisión. Y eso pasa por valorar nuestra propia capacidad para comprometernos con un determinado curso de acción y asumir que los demás también tienen sus propios intereses y necesidades.
Si tenemos en cuenta estos errores tan frecuentes, nuestras decisiones mejorarán sustancialmente.
No hay comentarios
Deje un comentario