Antonio Argandoña, Profesor de Economía y Ética Empresarial, IESE Business School
¿Cuáles son las claves de la dirección de una empresa? ¿Qué condiciones no deben faltar en la persona que dirige una organización? La pregunta se la hicieron hace un tiempo a un colega y su respuesta fue: lealtad y sinceridad. Si hiciésemos un recuento de lo que los propios líderes empresariales dicen de sí mismos y de lo que los expertos dicen sobre las cualidades del buen directivo, estas dos virtudes no figurarían, probablemente, en los lugares destacados.
Permítame el lector que, al llegar aquí, dé un rodeo. Porque para saber qué significa dirigir, hay que entender primero qué es aquello que se dirige. Personas. Hombres y mujeres libres, capaces de comprometerse con algo, precisamente porque son libres: porque no quieren hacer lo que les dé la gana, sino lo que consideran que deben hacer, no como un deber impuesto desde fuera, sino como algo decidido por ellos mismos.
Dirigir una organización es dirigir equipos de personas que acuden movidas por distintas motivaciones, pero que están dispuestas a aceptar un proyecto común, y comprometen en él su libertad: primero, porque les interesa y segundo, porque quieren sacar adelante ese proyecto común.
Si usted, lector, dirige uno de esos equipos humanos que llamamos organizaciones o empresas, tiene que ganarse la confianza de las personas a las que va a dirigir; y como son libres, tiene que ganarse su confianza porque ellas estén dispuestas a colaborar, no porque usted les pague más o menos, o porque les amenace con despedirlos, o porque imponga sus puntos de vista por la vía del “ordeno y mando”. Usted necesita ganar su lealtad. Y la lealtad no se gana con mentiras sino con sinceridad. Y, claro, no puede ser sincero con ellos si no les es leal.
Sí, ya sé lo que el lector está pensando: las empresas no se dirigen así. No estoy de acuerdo porque hay muchas empresas que se dirigen así y funcionan suficientemente: los directivos son bastante sinceros y leales, y los empleados les responden con bastante lealtad y disponibilidad. Y también estoy de acuerdo en que muchas empresas no se dirigen así. Pero la excelencia del management no está en el promedio, sino en el máximo. Si el lector piensa que, como hay muchos directivos que no actúan con lealtad y sinceridad, él está justificado a la hora de ser un mentiroso, un engañador… me parece que ya ha renunciado a ser un buen directivo.
Claro que, dirigir poniendo por delante la lealtad y la sinceridad es muy difícil. Sí, pero pensemos por qué: porque tenemos “agendas ocultas” en nuestra función de directivos: quedar bien, saltar de una posición a otra más ventajosa o mejor remunerada, no tener que pedir perdón… En el fondo es que no nos creemos el objetivo común que proponemos a nuestros empleados, o que anteponemos nuestro objetivo personal al objetivo corporativo. Y, claro, no somos leales con ellos, ni somos sinceros. Y así nos va: ganando buenos sueldos, haciendo grandes carreras ante la opinión pública… pero no siendo buenos directivos.
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