Por Liliana Arroyo, investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE y responsable de impacto social en PlayGround Do.

La revolución digital brinda muchas nuevas oportunidades, que pueden contribuir a impulsar el impacto social, el compromiso con la equidad y la sostenibilidad. El activismo exponencial surge como una vía de mayor escala para implicar a la ciudadanía en causas sociales mediante el uso de la tecnología.

En el ámbito de las relaciones humanas, han irrumpido con fuerza las redes sociales. No son meras plataformas de comunicación de masas, sino más bien ecosistemas, hábitats donde suceden cosas extraordinarias que solo con la realidad analógica difícilmente hubieran ocurrido.

En términos de activismo, el hecho de disponer de usuarios que consumen y que, al mismo tiempo, crean información ha sacudido los equilibrios de poder en el mundo de la comunicación. También cabe mencionar la importancia de poder conectar virtualmente con personas de los rincones más remotos del planeta con intereses similares –son las denominadas comunidades de interés en internet.

Por otro lado, lo virtual y lo analógico no están tan separados y pueden retroalimentarse. Por ejemplo, en el caso del movimiento #metoo, ¿quién se habría imaginado, tiempo atrás, que podría organizarse una manifestación constante, durante un año, con millones de mujeres denunciando situaciones de acoso y abuso en sus entornos laborales? Afirmar que las redes sociales son una mera herramienta es reducir el #metoo simplemente una expresión precedida de una almohadilla. Toda la acción generada queda confinada detrás de un hashtag. Y, en este caso, se pierde de vista que es la etiqueta la que pone voz, aúna y teje la complicidad entre los afectados, que se abren paso entre la vergüenza y la fuerza de sentir que no están solos. ¿Qué existe más poderoso que el sentimiento de pertenencia y la sensación de no estar solos frente a un problema? Bienvenidas sean, pues, las almohadillas.

Otro ejemplo, vinculado ahora a las donaciones, que invita a la movilización conjunta –otro eje clásico del activismo– es Facebook Fundraisers. Esta aplicación de Facebook, que nació hace un año, permite a cualquier usuario, con motivo de su cumpleaños, animar a sus contactos a realizar donaciones a una causa determinada. ¡Y funciona! Más de 750.000 ONG ya se han beneficiado de ello en un año y, según datos de la empresa de Zuckerberg, han recaudado más de 300 millones de dólares. El trabajo de los voluntarios en la calle con las carpetas bajo el brazo se transforma en donaciones recomendadas por amigos, como deseo de aniversario.

Este caso es muy paradigmático y muy elocuente. También existen ejemplos del poder de las comunidades virtuales, como PlayGround Do, el departamento de impacto social de la revista, que cuenta con una comunidad de casi veinte millones de seguidores en España y América Latina y que ha creado un laboratorio de comunidades virtuales, empleando la herramienta de “Grupos” de Facebook.

En este sentido, la campaña que PlayGround Do desarrolló, junto con la Fundación Ana Bella, en apoyo a las mujeres supervivientes de la violencia de género, ayudó a transformar una organización de cuatro personas, con centenares de usuarias en España –cuya herramienta principal eran los grupos de WhatsApp–, en una comunidad virtual integrada por más de 19.000 mujeres. El grupo Red de Mujeres en Facebook es un espacio de confianza donde estas mujeres pueden expresarse libremente, solicitar asistencia y recibir apoyo. Por un lado, están la ayuda y las orientaciones que les proporciona la Fundación y, por otro, el tejido de mujeres que se ayudan y apoyan mutuamente, que conforma una red tanto o más poderosa.

Asimismo, con el Club de Colaboradores Atómicos, PlayGround Do creó una comunidad dentro del movimiento maker de fabricación digital, junto con el Atomic Lab, fundado por Gino Tubaro, un emprendedor social argentino dedicado a la fabricación de prótesis biónicas con impresoras 3D, que comparte los patrones de fabricación para que cualquier persona con una impresora 3D y un poco de práctica pueda colaborar. Su objetivo era crear 3.500 manos para niños de más de treinta países que, debido a una enfermedad o a un accidente, tuvieran malformaciones en las manos. El grupo de Facebook logró reunir a más de 6.000 personas, de todas las edades y con historias tan sorprendentes como la de una abuela que, para ayudar a su nieta, decidió participar en el taller digital más cercano.

El aprendizaje que resulta de todas estas iniciativas y experiencias es que el activismo exponencial existe y se produce cuando se crean espacios de colaboración entre iguales. Por ejemplo, PlayGround, que actúa como facilitador, proporciona un lugar de encuentro (la comunidad de Facebook) entre personas afines, interesadas en un proyecto común, donde unos manifiestan sus necesidades y otros aportan soluciones, y viceversa. Porque el activismo exponencial trata de generar complicidades, dar voz a organizaciones sólidas y expertas en causas positivas, y conectarlas con personas empoderadas, más allá de los marcos institucionales.

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Fundada en 1958, Esade es una institución académica global, con campus en Barcelona y Madrid, y presente en todo el mundo a través de acuerdos de colaboración con 185 universidades y escuelas de negocios. Cada año, más de 11.000 alumnos participan en sus cursos, en las tres áreas formativas: Business School, Law School y Executive Education. Esade Alumni, la asociación de antiguos alumnos de Esade, cuenta con más de 60.000 antiguos alumnos y dispone de una red internacional de 72 chapters, con alumni de hasta 126 nacionalidades, presentes en más de cien países. Esade participa también en el parque de innovación empresarial Esade Creapolis, un ecosistema pionero que tiene como objetivo inspirar, facilitar y acelerar los procesos de innovación de las empresas que participan en él. De vocación internacional, Esade ocupa destacadas posiciones en los principales rankings mundiales de escuelas de negocios como Financial Times, QS, Bloomberg Businessweek o América Economía.

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