Estados Unidos: la locomotora del crecimiento mundial que no seguirá jalando igual
Mauricio Jenkins
Es innegable que el alto nivel de consumo en los Estados Unidos ha sido el principal motor que ha propulsado la economía mundial durante las últimas décadas. En términos de producto, la economía de ese país representa cerca del 27% del producto mundial. Por ese tamaño relativo y alto poder adquisitivo, el mercado de ese país también se ha convertido en el destino más codiciado y atractivo para exportadores de todos los rincones del planeta.
Hasta el comienzo de la crisis global en la segunda mitad del 2007, el alto nivel de consumo en ese país, financiado muchas veces con niveles de endeudamiento que ahora sabemos poco prudentes, se mantuvo incólume, a pesar del amplio desequilibrio comercial de esa nación con el resto del mundo. Parece haber varias razones por las que es plausible pensar que esos niveles de consumo no se volverán a experimentar una vez superada la crisis.
Por un lado, los días de crédito fácil y barato para el consumidor estadounidense parecen haberse acabado, por lo menos por un buen rato. Los intermediarios financieros, bancos principalmente, serán mucho más cautos en el futuro para financiar actividades productivas y de consumo en Estados Unidos.
Las actuales generaciones de consumidores estadounidenses altamente resentidos por los efectos de la crisis, muchos de ellos sin empleo en este momento y en términos relativos ciertamente bastante más pobres que hace un par de años, con seguridad tenderán a reducir su consumo y a endeudarse menos en los próximos.
Por otra parte, las enormes cantidades de dinero que han sido inyectadas en la economía estadounidense para evitar su desplome, tenderán a incrementar la inflación en ese país en el mediano plazo, y por lo tanto, a debilitar su moneda vis a vis el resto del mundo.
Además de sufrir una inflación más elevada que muchos de sus socios comerciales, es probable que el resto del planeta no esté tan dispuesto como antes a financiar el déficit comercial de los Estados Unidos mediante ingresos netos de capital a ese país y el uso del dólar estadounidense como moneda de reserva (varios países, incluido China han manifestado que están analizando la posibilidad de utilizar otras monedas para mantener sus reservas internacionales). Un dólar débil no es buena noticia para el consumidor de ese país que verá reducida su capacidad de compra (especialmente de productos importados), lo que necesariamente redundará en menor consumo.
Finalmente, el déficit comercial de los Estados Unidos, que se ha mantenido tan alto por tanto tiempo, no puede mantenerse así para siempre. Esto sería equivalente a un gigantesco juego Ponzi en el que de forma indefinida Estados Unidos pide prestado al resto del mundo para mantener sus altos niveles de consumo. Ese juego debe terminar en algún momento y la actual crisis financiera internacional parece ser suficientemente profunda y dramática como para ponerle fin (ya lo ha hecho con otros juegos de ese tipo que se mantuvieron encubiertos por décadas).
Así las cosas, la búsqueda de mercados alternativos para los sectores productivos de aquellos países relativamente abiertos y que han dependido del consumo en Estados Unidos para su crecimiento y desarrollo, se torna imperativo. La firma (tras una buena negociación, por supuesto) de tratados de libre comercio con la Unión Europea y China, para aquellos que nos los tienen aún, parece entonces un asunto estratégico para nuestras pequeña- medianas y economías.
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