Con todo y su juventud, Fernando Moncayo es uno de los nombres más internacionales dentro del emprendimiento ecuatoriano, tras algún que otro fracaso y varios sonados éxitos. Cofundador de Asiam Business Group, miembro permanente del Foro Mundial de Emprendimiento y también profesor de IDE Business School, Fernando no sólo cosecha triunfos individuales, sino se ha mostrado dispuesto a compartir sus experiencias y ayudar a colegas emprendedores en sus carreras. Una de sus más recientes iniciativas responde a este objeto, y es la nueva Academia de Emprendedores que ya funciona en Ecuador.
AméricaEconomía conversó con él para conocer sus ideas sobre el estado del emprendimiento en América Latina, el rol de los emprendedores de experiencia en el desarrollo del mismo, y cómo pueden las academias colaborar en el proceso.
La Academia de Emprendedores es una de las más recientes iniciativas de apoyo al emprendimiento en Ecuador, ¿qué características la distinguen de una escuela de negocios tradicional?
Precisamente quiero hacer la diferencia entre lo que es una escuela de negocios, y una startup school. O por lo menos, la distinción entre los dos conceptos según son vistos en América Latina. Siento que hay otras escuelas de negocio en el mundo que se vienen dando cuenta de lo que sucede en este sentido.
La idea se inserta en la corriente de las startups schools, y parte de dos ejemplos específicos creados en Silicon Valley, la Draper University y la Singularity University.
En Draper University se habla de la “ability to fail” o habilidad para el fracaso. Es una escuela que dice: “te enseño a caer”. Permite aprender sobre la posibilidad de pensar en ideas quizás tontas, mientras se tiene la capacidad de ponerlas en práctica y si es necesario, fallar. Eso me impresionó porque contrasta muchísimo con los presupuestos de academia tradicional. Por otro lado, uno se da cuenta de los resultados económicos que genera.
Con todo, las escuelas de negocio y las escuelas de startups deben ser complementarias. Estas últimas deben ser aliadas, vinculadas a las business schools.
A partir de mis vivencias como profesor, emprendedor y empresario, y luego de conocer proyectos como Draper y Singularity University, pensé crear la academia de emprendedores. Este se comporta como un espacio que no pide título académico sino actuar como emprendedor. Un emprendedor que haya quebrado tiene tanto valor como un título universitario. Entonces nos reunimos en sesiones de no más de cuatro horas, donde un emprendedor cuenta una experiencia suya de la vida real.
Es muy diferente a lo que sucede en un aula, donde se escucha a un profesor quien nunca ha fracasado en un emprendimiento. En la Academia, hablamos del posible fracaso, de inversión de capital de riesgo, de identidad y marca personal, identidad digital, el tema de Lean Startup, y una serie de elementos que no hablan las escuelas de negocio tradicionales.
En la escuela perseguimos tres objetivos, networking y presentaciones vivenciales, el club de inversores ángeles que es el único de su tipo en Ecuador, y también el intercambio antes descrito.
Es algo que nace de mi experiencia, y de ver el ecosistema de emprendimiento en Ecuador, y hacer algo que se necesita en mi país y en el resto de América Latina. De hecho mi sueño es que en alianza con IDE, o con otra escuela de negocios que vea en esto una oportunidad, se replique este modelo en otros escenarios. Hasta ahora el prototipo ha ido muy bien.
En varios países de América Latina y el mundo, resulta cada vez más común oír de aceleradoras de negocio como fuentes de apoyo al emprendimiento. Sin embargo, la mayoría trabaja con proyectos tecnológicos, ¿qué pasa con otro tipo de iniciativas?
Hasta donde sé, no hay muchas que se dediquen a otra cosa que la tecnología. Es un problema, porque hasta el mismo término startup es vinculado por la gente a términos tecnológicos, y no tiene por qué serlo.
Sucede que al crear empresas en el área tecnológica las probabilidades de escalabilidad son mayores. Es decir, se pueden generar ingresos desde diversas partes del mundo sin necesitar presencia física en mercados determinados. Eso posibilita retornos de inversión mucho más considerables en menos tiempo. Pero los procesos de incubación y después escalamiento en el tema agrícola, o en otras áreas, no son tan rápidos. Además, se requieren inversiones mayores, lo cual contribuye a demorar el retorno. Por eso el escaso capital de riesgo en América Latina prefiere poner su dinero en empresas relacionadas con la tecnología.
Sin embargo, existen excepciones. Una iniciativa muy loable es la surgida en Ecuador, la llamada ciudad del conocimiento, cuyo concepto es propiciar un espacio donde se estimule la incubación y aceleración de proyectos no solo de tecnología, sino de energías renovables, agroindustria, minería… Pero en general en América Latina aún estamos en estado embrionario.
El principal problema es que no se puede crear un ecosistema en medio de un sitio donde el entorno no lo va a alimentar. Los procesos deben nutrirse desde la base, no ser impuestos de arriba abajo. Pero hemos vivido procesos lineales y creemos que los ecosistemas pueden ser construidos, y no es así. Deben nacer de la cultura, de las personas. Es un tema que tomará tiempo, porque debe ser un cambio cultural.
En este sentido, creo que el país que gane la carrera del cambio de matriz productiva, o de desarrollo económico no basado en recursos no renovables y las minas, será el país con mejores resultados en el cambio de la cultura emprendedora y el fomento a la inversión de capital de riesgo en la economía.
Para emprendedores potenciales, pero sin experiencia práctica, ¿qué conocimientos y recursos pueden ser más útiles, los que brindan las escuelas o las aceleradoras?
Básicamente contesto la pregunta haciendo una reflexión. El proceso de desarrollo de una compañía comienza por una idea, pasa por un emprendedor que transforma esa idea en realidad, y después viene un administrador que hace que esa realidad se vuelva rentable, crezca y se vuelva escalable.
El emprendimiento es no tener nada y poder vincular a los que tienen los recursos necesarios para pasar de la idea a la realidad. Hay que buscar a quien aporte capital, quien aporte el canal de distribución, la marca, quien brinde el know-how. Ese es el emprendedor, quien aporte esa capacidad de vinculación, de hacer realidad y transformar.
El gran problema es que entre las personas abundan más las ideas. Pero pensar que una gran idea lo convierte a uno en emprendedor es un gran error. En este sentido, la mayoría de las escuelas de negocio en América Latina y hasta en EE.UU. siguen graduando a sus estudiantes con un plan de negocios. ¿Pero cuántos de esos planes de negocio llegan a convertirse en realidad?
En el mundo del emprendimiento moderno ya ni siquiera se habla del plan de negocios sino del modelo de negocio. Hoy por hoy se habla de la filosofía del Lean Startup, que nace del “lean manufacturing management”, basada en el concepto sacar un prototipo a partir de una idea tan pronto como sea posible. Tener un producto mínimo viable, entonces lanzarlo al mercado y comprobar si en el mercado agrega o no valor. De no agregas valor, se aprende del error, se modifica, y se saca un segundo prototipo. Y así sucesivamente. La clave está en quebrar lo más rápido y barato posible. El proceso de emprendimiento basado en un plan de negocio ha sido demasiado derrochador de recursos económicos, en dinero y tiempo.
Por eso la tendencia ahora es dejar de premiar ideas. Las universidades y gobiernos que manejaban estos procesos se han dado cuenta que la idea no vale sola. La idea puede ser fantástica pero sin la capacidad del emprendedor de pasar la idea a realidad, no se tiene nada. Por eso se valora más el talento emprendedor. ¿Qué pasa en este sentido con las escuelas de negocio? Es que todavía piensan que el emprendimiento es una materia.
Insisto en que yo mismo soy profesor de emprendimiento, pero no es suficiente. Uno puede enseñar elementos de cómo comprobar si un producto agrega valor o no, por ejemplo en MIT se enseña con la filosofía del “disciplined entrepreneurship”, del profesor Bill Aulet, que consiste en aprender a emprender desde el momento de tener la idea a sacar el producto mínimo viable al mercado a ver si funciona. Pero de ahí al concepto general de enseñar a emprender, no es posible que lo enseñe una escuela de negocio.
Las habilidades de emprendimiento, la persistencia, la constancia, la disciplina, la proactividad, la pasión, no se enseñan en el aula, se aprenden por necesidad u oportunidad. Me refiero a la necesidad que se tiene al quedarse sin trabajo, al tener hambre, bajos ingresos. Es el principal motivador.
En general las escuelas de negocio sólo enseñan a administrar los recursos existentes. Por otro lado está la oportunidad de tener una visión global, una educación a la cual sí ayudan las escuelas de negocio.
Aunque existen algunas escuelas que sí han hecho por encaminarse en la dirección de apoyar al emprendimiento. MIT y Harvard tienen sus propios laboratorios de startups. Stanford es líder en el tema. En Chile se han hecho cosas muy buenas con Startup Chile. Pero en estos casos la idea se trata más bien no de enseñar emprendimiento en el aula sino de crear ecosistemas de emprendimiento.
Es aquí donde entra el concepto de la escuela de emprendimiento, o startup school, distinta de una business school o escuela de empresarios. Debe notarse que no hay una traducción en Español para “startup”, que significa tener una empresa naciente, en incertidumbre. Muchos lo confunden con la pyme, pero esta es una etapa posterior a la startup. La startup se inicia sin tener nada, y debe transformarse en un negocio que marche adelante y agregue valor, y facturación.
¿Qué camino tomar para conectar mejor el trabajo de las escuelas de negocio, de emprendedores, y la creación de startups y desarrollo de pymes?
Ya en EE.UU. y aún más en Asia las escuelas se están encaminando hacia iniciativas en este sentido. En las universidades de Singapur, y hasta varias en China, ya no se ve el modelo del profesor como ente burocrático que explica, sino que las universidades se han vuelto lugares de encuentro, de compartir vivencias, y los profesores son facilitadores de un proceso de aprendizaje.
Si las escuelas de negocio no comienzan a adaptarse a ser más que escuelas de empresarios, y avanzar para actuar como startups schools, el crecimiento en América Latina se verá comprometido. Los emprendedores son fuentes de empleo, y son agentes que agregan valor. En Ecuador se habla de un cambio de matriz productiva y los protagonistas deben ser los emprendedores.
Atención que no todos los empresarios son emprendedores. Ser emprendedor es una forma de vida, una manera de mirar. Lastimosamente en América Latina no todos los empresarios son emprendedores. Hay mucha tendencia a quedarse en la zona de confort y proteger las ganancias de su grupo o familia.
Mientras el empresariado latinoamericano no comience a pensar en riesgo, en inversiones con capital de riesgo, para apoyar a emprendedores nuevos, mientras no comience a pensar en la capacidad de dar horas de su tiempo para servir de mentores a nuevos emprendedores, mientras no comience a vincular emprendedores en su cadena de valor, realmente no se verá un verdadero crecimiento ni cambio de matriz productiva. Lo cual es necesario porque gran parte de los países latinoamericanos dependemos de recursos no renovables, como petróleo y todo lo relacionado con las minas.
Pero cambiar la cultura es complicado, en el sentido de que en América Latina todavía se castiga mucho el fracaso de un emprendedor. Por eso el primer paso es crear ecosistemas, tratar de vincular emprendedores de diversos lugares del mundo con emprendedores locales para agregar valor a la economía. No puede hacerlo el Estado solo, se necesitan los emprendedores.
Desde su perspectiva, ¿qué importancia tiene cambiar la apreciación hacia el fracaso?
El fracaso no puede ser satanizado. Es otro problema común en las escuelas de América Latina. Cuando estudiamos en una escuela de negocios, sólo tratamos casos de empresas consolidadas y exitosas. Casi nunca se habla de la quiebra.
Mientras las escuelas de negocios no incluyan el tema de la quiebra en sus casos, y los profesores no hablen de fracaso o hayan quebrado alguna vez ellos mismos, no hay cómo avanzar.
Pero mientras que acá se asume la quiebra como derroche de recursos, en otras economías como la de Israel o Singapur, o ecosistemas como el Silicon Valley, la quiebra proporciona estatus. En Silicon Valley un emprendedor exitoso en promedio quiebra unas 5,3 veces. Mientras el entorno no valore ese aprendizaje, es difícil salir adelante como economía.
Parte del proceso de crecimiento de los emprendedores es pasar por ese proceso de muerte del negocio, porque muchas ideas no llegan a ser realidad. De hecho 85% o 95% de las ideas quedan en el camino. El problema es que no existe una documentación de esas quiebras. Mientras se sataniza el fracaso, se premia al empresario que ya está en un lugar consagrado.
Hasta que no demos la importancia que tiene a la quiebra, no podremos crear un ecosistema de emprendimiento basado en la cultura que fomente la colaboración.
¿Qué se le dice a alguien que tiene la idea, la pasión y voluntad de echar su proyecto a andar, pero aún carece de la experiencia y los contactos?
La primera recomendación es asumir el peor escenario. Asumir la bancarrota. Quien no esté dispuesto a quebrar, pido que no se lance. Yo mismo tengo la experiencia de haber subido en el banco donde empecé a trabajar, me mandaron a Berkeley, conocí Silicon Valley en el 97 y después salí del banco y abrí una empresa puntocom la cual recibió un premio en Miami. Gané todos los premios de emprendimiento, pero cayó Nasdaq y quebré.
A los 25 años llegué a un punto de tocar fondo. Sufrí un proceso de satanización. Después tuve la oportunidad de salir adelante de nuevo y ahora veo eso como lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. Trato de transmitirlo a los demás. Tuve la capacidad de dar una interpretación positiva a lo que me pasó. Pero conozco muchas personas que han emprendido, fracasado, y luego no volvieron a hacerlo más porque concluyeron que ellos no servían para emprender.
La siguiente recomendación es pedir consejo, no al académico o al banquero, sino a la persona que ya quebró. Se debe buscar a la persona que ya pasó por ahí, y cometió los errores que le hicieron caer, y ya se levantó. Para qué pedir consejo al banquero, cuando este no ha emprendido nunca. A emprender se aprende emprendiendo, y con el apoyo de otros emprendedores.
La oportunidad de crear ecosistemas, de propiciar entornos donde se pueda conversar acerca de errores, de caídas, es extremadamente valiosa para el crecimiento de nuevos emprendedores. En Ecuador estamos trabajando en una iniciativa que se llama círculos de emprendimiento donde frecuentemente nos reunimos con un emprendedor siempre que haya quebrado y cuente su experiencia.
Otra sugerencia es rodearse de gente que agregue valor, que invierta no sólo con dinero, sino con dinero inteligente. Esto implica abrir el capital. El gran problema en América Latina es que se trata de tener el 100% o 80% de la compañía cuando lo que importa no es el porcentaje, sino el tamaño del pastel. ¿Prefiere el 100% de algo que vale 100, o el 10 de algo que vale un millón?
Para eso hace falta rodearse de gente con más experiencia, inversionistas de riesgo, que pongan no sólo dinero sino contactos, y credenciales de un nombre que los emprendedores la mayor parte de las veces aún no lo tienen.
Finalmente, recomiendo rodearse de un buen directorio. Un directorio o consejo directivo lo suficientemente sólido y de experiencia permite reunir al empresario de experiencia con la pasión del emprendedor, y también el conocimiento del académico y el banquero.
Se trata de lograr equilibrio entre la idea, la capacidad de gestión y la de hacer crecer un negocio. Es lo que en mi criterio conforma el éxito. Es la unión que debe darse en las economías latinoamericanas. Las ideas pueden salir de la universidad, el emprendimiento puede ser soportado por las aceleradoras, y luego y el crecimiento y exponenciación de los modelos lo crean los empresarios.
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